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Omar Khayyam escribió tratados de álgebra, metafísica y astronomía. Y fue el autor de poemas clandestinos que se contagiaban, de boca en boca, en toda Persia y más allá. Esos poemas cantaban al vino, pecaminoso elixir que el poder islámico condenaba.
El cielo no se ha enterado de mi venida, decía el poeta, y mi partida no disminuirá en nada su belleza ni su grandeza. La luna que me buscará mañana, seguirá pasando aunque ya no me encuentre. Dormiré bajo tierra, sin mujer y sin amigo. Para nosotros, efímeros mortales, la única eternidad es el instante, y beber el instante es mejor que llorarlo. Khayyam prefería la taberna a la mezquita. No temía al poder terrenal ni a las amenazas celestiales, y sentía piedad de Dios, que jamás podría emborracharse. La palabra suprema no estaba escrita en el Corán, sino en el borde de la copa de vino; y no se leía con los ojos, sino con la boca. (E.Galeano)
Pecaminoso elixir que en algun momento de su aromatico olor, dice la verdad, esa verdad que muchas veces no queremos oir.
ResponderEliminarFeliz año 2009.