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Dicen que hubo un tiempo en que los adultos escuchaban a los niños para crecer con ellos y no para educarlos. Quién podría dar hoy fe de ello, verdad?. Una amiga casi acostumbrada a los horrores de la vida me presentó a su perra que ladraba sin parar, y me dijo:-...nació sorda, pero intuye demasiado porque no puede escuchar. El chupete es para que se cayé, como hacemos con los chinijos cuando no los podemos soportar-. Al tiempo se murió como la perrilla, aunque Delfina se hartó de oír a los demás. Cada vez que viene a visitarme su hija, no le tiro de la lengua, solo dibujamos, conversamos y sobretodo la escucho. Otras veces, a pesar de reírme, no puedo evitar llorar. Ella es la que está atenta aun con la vida de la gente, tan distraída que parece. Estoy aprendiendo a volverme sordo con las personas sin tiempo, esas mismas que demandan hablar. Hablar, hablar...
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